El panqué de rompope y chocolate, clásico de clásicos, es bello por adaptable. A veces no hay rompope, y se sostiene con licor de café. Otras no hay cocoa en polvo más que la de un sobre de ChocoLeche (ugh), pero hay, sí señor, tabletas de Ibarra, listas para fundirse junto con las dos barritas de mantequilla en chocolatoso jarabe.

La generosa ración de manteca destas tabletas hace de esta mezcla un pan escandalosamente húmedo, al borde del budín. Recién salido del horno resulta un tanto pastoso; cocineros menos pacientes se verían tentados a descartar la receta.

No obstante, es don del teobrominómano la paciencia para el postre, sobre todo cuando hay alcohol de por medio. Hay que dejarlo enfriar en el molde, ya cortado en rebanadas picoteables, para mejor circulación del aire.

Como todo envinado y enlicorado, este panqué no alcanza su cúspide sino hasta el día siguiente. Las rebanadas habrán encogido ya un poco, así que será fácil desmoldarlas y repartirlas en sendos platos para postrear con los dedos (¿Tenedor? ¿Para qué?). Café o leche necesarios, de tan dulce que resulta.




En el principio fue la cebolla sobre el sartén caliente. Y vio Vida que aromaba, y dijo "es bueno", mas echaba en falta compañero. "Hágase el ajo", y el ajo se hizo.

En el enmedio fue el refri, y sus entrañas guardaban innumerables tesoros: el pimiento verde, los honguitos, el queso panela. Panela, sí, que no hay ingrediente insípido, mas cocinero palurdo. Uniéronse sus carnes con la cebolla y el ajo, en un salteado ígneo que aplacaríase con leche y caldo de pollo casero, ebulliendo hasta consumir todos sus jugos.

En el final vio Vida la mezcla, y dijo "hágase el color". Y vino el jitomate picado a llenar de carmesí el platillo, maná del cielo sobre maná de panadería.



 

® 2008|teobromina.com No part of the content or the blog may be reproduced without prior written permission.